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La adoración a la reina del cielo en la Biblia


Impreción parcial de la página https://www.aciprensa.com/recursos/regina-coeli-2089 (consultada el 12 de diciembre de 2018)

Contrario a lo que comúnmente se cree, en la Biblia sí se registra una adoración a la reina del cielo; el pueblo judío ofrecía panes y aún encendía incienso a ella, tal como lo registra el profeta Jeremías. El profeta Jeremías sirvió como sacerdote y profeta, conocido como el “profeta llorón” o el “profeta que lloraba”; que predijo juicio sobre la tierra de Israel.


Si bien su ministerio se dirigió mayormente al reino de Judá, también se dirigió a otras naciones. Este profeta vivió en la segunda mitad del siglo VII a la primera mitad del siglo VI antes de Cristo, siendo su ministerio posterior a la caída del reino del norte de Israel[1].


El pecado del pueblo


Entre los muchos pecados que acusó Dios a Su pueblo a través del profeta Jeremías fue el de la idolatría. “La condición espiritual de Judá se caracterizaba por la adoración abierta de ídolos”[2]; pecado que había llegado al extremo incluso de sacrificar niños al dios Moloc en el Valle de Hinom.


Si bien el pueblo experimentó ciertos avivamientos, éstos fueron primariamente superficiales y más pronto que tarde, el pueblo volvía a la misma idolatría. Es de llamar la atención que, inclusive, el ministerio de Jeremías comenzó durante el reinado de un rey fiel (2ª de Crónicas 34:3-7)[3]. Muchas de las reformas que se producían sólo abarcaban a rituales externos, pero no alcanzaban al corazón de las personas.


Contexto histórico


En el tiempo de Jeremías, Asiria dejó de ser la potencia mundial, mientras el imperio Neobabilónico, bajo Nabolopasar (625-605 a.C.) se convirtió en la potencia mundial y en la nueva amenaza para el pueblo de Dios[4]. Este imperio derrotó a Asiria, Egipto e Israel. Sin duda, derivado del pecado descrito del pueblo, es que se presenta este juicio sobre Judá, que lo llevaría a caer bajo el dominio de otras naciones.


Muchos califican al “Dios del Antiguo Testamento” como un Dios duro y vengativo, mientras al “Dios del Nuevo Testamento” como uno de amor y misericordia. Ello no es más que la muestra de un desconocimiento del Dios de la Biblia, puesto que Él no cambia (Malaquías 3:6) y la lectura de la Biblia completa lo demuestra así. No fue la excepción el caso de Israel: un pueblo escogido por Dios, a quien Él sacó de la esclavitud e hizo de él una nación. El pueblo se apartó de Dios y mandó profetas para llamarlo al arrepentimiento.


Aún pese a la amenaza del juicio venidero sobre la nación, el pueblo fue renuente a arrepentirse de corazón y finalmente llevó a la nación al exilio. Dios incluso prometió que el pueblo permanecería en la tierra que Él les había dado si se arrepentían (Jeremías 7:3,7). Desafortunadamente, el pueblo prefería escuchar a profetas falsos que hablaban de paz, cuando Dios estaba airado con Su pueblo (Ezequiel 13:16, contemporáneo de Jeremías) y que se oponían a los profetas de Dios que llamaban al arrepentimiento y advertían del juicio de Dios[5].


La adoración de la reina del cielo


En el primer sermón de Jeremías en el templo, registrado en el capítulo 7[6], Dios llama a Su pueblo al arrepentimiento de su adoración a dioses falsos (la idolatría no era el único pecado del pueblo; pero es el tema en que nos centramos en este artículo), entre ellos, la “reina del cielo”; era tal el enojo de Dios que no permitió a Jeremías orar por el pueblo (v. 16), siendo ésta una función del profeta de Dios, siendo una indicación de que Su paciencia estaba llegando a su límite[7]. Así lo describe el profeta: “Los hijos recogen la leña, los padres encienden el fuego, y las mujeres amasan la masa, para hacer tortas a la reina del cielo y para hacer ofrendas a dioses ajenos, para provocarme a ira” (7:18). Esta reina del cielo no es otra que Astoret o Asera, una “diosa de los asirios y de los babilonios que representaba la sensualidad y la fertilidad como esposa de Baal o Moloc”[8] y los panes que se le ofrecían probablemente eran hechos a su forma y era una actividad que involucraba a toda la familia, lo que describe el grado de corrupción al que había llegado y cuán universal es el pecado de la idolatría[9]. Debido a que era una deidad asociada con la fertilidad, su adoración incluía la prostitución.


Mientras el pueblo llevaba a cabo esta adoración a la reina del cielo, continuaban ofreciendo sacrificios a Dios en el templo; pero Él demandó obediencia más que sacrificios: “Mas esto les mandé diciendo: Escuchad Mi voz, y seré a vosotros por Dios, y vosotros me seréis por pueblo; y andad en todo camino que os mande, para que os vaya bien” (7:23; cfr. Josué 1:8, 1ª de Samuel 15:22, Oseas 6:6).


Eventualmente, la ciudad sería sitiada (cap. 39); Nabucodonosor ejecutaría a los hijos de Sedequías, rey de Judá, junto con los nobles de Judá (vv. 6-7), en presencia del rey y después le sacaría los ojos. Mientras tanto, Jeremías sería protegido por Nabucodonosor (vv. 11-14). El capitán de Nabucodonosor, de nombre Nabuzaradán, reafirmó la realidad de que todo lo acontecido había sido castigo de Jehová sobre Su pueblo (vv. 2-3), por la desobediencia de este último; asimismo, le dio la oportunidad de Jeremías de ir a Babilonia o quedarse con un remanente en Judá, con Gedalías (caldeo, puesto por Nabucodonosor a cargo de las ciudades de Judá). Éste ofreció a los judíos habitar la tierra en paz, aunque sometida a Babilonia; no obstante, hubo una conspiración de los hijos de Amón que acabaría con su vida (y con la de los judíos que estaban con él) (Cap. 41) y llevaría cautivos a habitantes de la ciudad.


Johanán, junto con hombres de guerra, liberaría a los cautivos de Ismael (sin matar a éste) y regresarían a la ciudad; pero tendrían miedo de los caldeos por lo hecho por Ismael y deseaban huir a Egipto. El pueblo acudió a Jeremías para conocer cuál sería la voluntad de Dios respecto a este remanente (42:1-3). Dios prometió conservar a este remanente en la ciudad y que los cuidaría de Babilonia (vv. 10-12). Les ofreció misericordia de quedarse en la ciudad; pero les advirtió que, si huían a Egipto, la destrucción que temían los alcanzaría (vv. 13-16).


Desafortunadamente, el pueblo no creyó a Dios, calificaron de mentiroso a Jeremías y huyeron a Egipto (Cap. 43). Derivado de ello, Jeremías profetizó nuevamente al pueblo que huyó a Egipto; les recordó el castigo que les había acontecido por la idolatría a ídolos falsos. Podemos ver el enojo de Dios a través de las palabras de Jeremías:


“Ahora, pues, así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: ¿Por qué hacéis tan grande mal contra vosotros mismos, para ser destruidos el hombre y la mujer, el muchacho y el niño de pecho de en medio de Judá, sin que os quede remanente alguno, haciéndome enojar con las obras de vuestras manos, ofreciendo incienso a dioses ajenos en la tierra de Egipto, adonde habéis entrado para vivir, de suerte que os acabéis, y seáis por maldición y por oprobio a todas las naciones de la tierra? ¿Os habéis olvidado de las maldades de vuestros padres, de las maldades de los reyes de Judá, de las maldades de sus mujeres, de vuestras maldades y de las maldades de vuestras mujeres, que hicieron en la tierra de Judá y en las calles de Jerusalén?” (44:7-9)


Finalmente, Dios volvería su rostro contra ellos, es decir, les vendría juicio; del lenguaje usado, parece referirse no al pecado cometido en el pasado, sino al que el pueblo estaba dispuesto a llevar a cabo en ese momento[10]. Lo impresionante, es la respuesta del pueblo:


“La palabra que nos has hablado en nombre de Jehová, no la oiremos de ti; sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo, derramándole libaciones, como hemos hecho nosotros y nuestros padres, nuestros reyes y nuestros príncipes, en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y tuvimos abundancia de pan, y estuvimos alegres, y no vimos mal alguno. Mas desde que dejamos de ofrecer incienso a la reina del cielo y de derramarle libaciones, nos falta todo, y a espada y de hambre somos consumidos. Y cuando ofrecimos incienso a la reina del cielo, y le derramamos libaciones, ¿acaso le hicimos nosotras tortas para tributarle culto, y le derramamos libaciones, sin consentimiento de nuestros maridos?” (44:16-19)


El pueblo prefirió a su ídolo, la reina del cielo[11] y justificaron su actuar porque así lo aprendieron de sus ancestros y de sus autoridades, así como a que era una práctica común y a que habían prosperado al hacerlo… No atribuyeron la destrucción de sus ciudades a Dios, sino que lo atribuyeron a su falta de devoción a su diosa[12], a quien la consideró misericordiosa y desconoció el amor de Dios que les advirtió del mal que les acontecería…


Consecuencia de la idolatría del pueblo


Dios se cansó del pecado del pueblo (44:22-23) y el pueblo mostraría que era digno del castigo de Dios. El pueblo cumpliría sus votos de quemar incienso y derramar libaciones a la reina del cielo (v. 25). Por ello, ya ningún judío predicaría Su palabra en Egipto (v. 26) y el pueblo sería consumido por guerra y por hambre (v. 27)… entregó al Faraón Hofra en manos de sus enemigos (v. 30) y aconteció que Egipto fue invadido por Babilonia entre los años 568-567 a.C.[13]. La paz que buscaron no la encontraron; encontraron la muerte, pues la población judía fue diezmada en el conflicto y no se registra el regreso de alguno de esta tierra (Esdras 2:1)[14].


Astoret o Asera de los cananeos es identificada con Isthar de los babilonios[15]. A ella “se [le] asocia con el planeta Venus y con la constelación de Virgo, y por eso se dice de ella, que es la diosa ‘eterna y siempre virgen’.”[16] En las representaciones de ella, aparece encima de la luna o del planeta Venus[17]. El mismo título que se da a Astoret, reina del cielo[18], es el que el catolicismo romano dan erróneamente a María; ello es muestra del sincretismo que se dio entre el cristianismo y el paganismo:


Contrario a lo que comúnmente se cree, en la Biblia sí se registra una adoración a la reina del cielo; el pueblo judío ofrecía panes y aún encendía incienso a ella, tal como lo registra el profeta Jeremías.  El profeta Jeremías sirvió como sacerdote y profeta, conocido como el “profeta llorón” o el “profeta que lloraba”; que predijo juicio sobre la tierra de Israel.  Si bien su ministerio se dirigió mayormente al reino de Judá, también se dirigió a otras naciones.  Este profeta vivió en la segunda mitad del siglo VII a la primera mitad del siglo VI antes de Cristo, siendo su ministerio posterior a la caída del reino del norte de Israel .  El pecado del pueblo  Entre los muchos pecados que acusó Dios a Su pueblo a través del profeta Jeremías fue el de la idolatría.  “La condición espiritual de Judá se caracterizaba por la adoración abierta de ídolos” ; pecado que había llegado al extremo incluso de sacrificar niños al dios Moloc en el Valle de Hinom.  Si bien el pueblo experimentó ciertos avivamientos, éstos fueron primariamente superficiales y más pronto que tarde, el pueblo volvía a la misma idolatría.  Es de llamar la atención que, inclusive, el ministerio de Jeremías comenzó durante el reinado de un rey fiel (2ª de Crónicas 34:3-7) .  Muchas de las reformas que se producían sólo abarcaban a rituales externos, pero no alcanzaban al corazón de las personas.  Contexto histórico  En el tiempo de Jeremías, Asiria dejó de ser la potencia mundial, mientras el imperio neobabilónico, bajo Nabolopasar (625-605 a.C.) se convirtió en la potencia mundial y en la nueva amenaza para el pueblo de Dios .  Este imperio derrotó a Asiria, Egipto e Israel.  Sin duda, derivado del pecado descrito del pueblo, es que se presenta este juicio sobre Judá.  Muchos califican al “Dios del Antiguo Testamento” como un Dios duro y vengativo, mientras al “Dios del Nuevo Testamento” como uno de amor y misericordia.  Ello no es más que la muestra de un desconocimiento del Dios de la Biblia, puesto que Él no cambia (Malaquías 3:6) y la lectura de la Biblia completa lo demuestra así.  No fue la excepción el caso de Israel: un pueblo escogido por Dios, a quien Él sacó de la esclavitud e hizo de él una nación.  El pueblo se apartó de Dios y mandó profetas para llamarlo al arrepentimiento.  Aún pese a la amenaza del juicio venidero sobre la nación, el pueblo fue renuente a arrepentirse de corazón y finalmente llevó a la nación al exilio.  Dios incluso prometió que el pueblo permanecería en la tierra que Él les había dado si se arrepentían (Jeremías 7:3,7).  Desafortunadamente, el pueblo prefería escuchar a profetas falsos que hablaban de paz, cuando Dios estaba airado con Su pueblo (Ezequiel 13:16, contemporáneo de Jeremías) y que se oponían a los profetas de Dios que llamaban al arrepentimiento y advertían del juicio de Dios .  La adoración de la reina del cielo  En el primer sermón de Jeremías en el templo, registrado en el capítulo 7 , Dios llama a Su pueblo al arrepentimiento de dioses falsos (la idolatría no era el único pecado del pueblo; pero es el tema en que nos centramos en este artículo), entre ellos, la “reina del cielo”; era tal el enojo de Dios que no permitió a Jeremías orar por el pueblo (v. 16), siendo ésta una función del profeta de Dios, siendo una indicación de que Su paciencia estaba llegando a su límite .   Así lo describe el profeta: “Los hijos recogen la leña, los padres encienden el fuego, y las mujeres amasan la masa, para hacer tortas a la reina del cielo y para hacer ofrendas a dioses ajenos, para provocarme a ira” (7:18).  Esta reina del cielo no es otra que Astoret o Asera, una “diosa de los asirios y de los babilonios que representaba la sensualidad y la fertilidad como esposa de Baal o Moloc”  y los panes que se le ofrecían probablemente eran hechos a su forma y era una actividad que involucraba a toda la familia, lo que describe el grado de corrupción al que había llegado y cuán universal es el pecado de la idolatría .  Debido a que era una deidad asociada con la fertilidad, su adoración incluía la prostitución.  Mientras el pueblo llevaba a cabo esta adoración a la reina del cielo, continuaban ofreciendo sacrificios a Dios en el templo; pero Él demandó obediencia más que sacrificios: “Mas esto les mandé diciendo: Escuchad Mi voz, y seré a vosotros por Dios, y vosotros me seréis por pueblo; y andad en todo camino que os mande, para que os vaya bien” (7:23; cfr. Josué 1:8, 1ª de Samuel 15:22, Oseas 6:6).  Eventualmente, la ciudad sería sitiada (cap. 39); Nabucodonosor ejecutaría a los hijos de Sedequías, rey de Judá, junto con los nobles de Judá (vv. 6-7), en presencia del rey y después le sacaría los ojos.  Mientras tanto, Jeremías sería protegido por Nabucodonosor (vv. 11-14).  El capitán de Nabucodonosor, de nombre Nabuzaradán, reafirmó la realidad de que todo lo acontecido había sido castigo de Jehová sobre Su pueblo (vv. 2-3), por la desobediencia de este último; asimismo, le dio la oportunidad de Jeremías de ir a Babilonia o quedarse con un remanente en Judá, con Gedalías (caldeo, puesto por Nabucodonosor).  Éste ofreció a los judíos habitar la tierra en paz, aunque sometida a Babilonia; no obstante, hubo una conspiración de los hijos de Amón que acabaría con su vida (y con la de los judíos que estaban con él) (Cap. 41) y llevaría cautivos a habitantes de la ciudad.  Johanán, junto con hombres de guerra, liberaría a los cautivos de Ismael (sin matar a éste) y regresarían a la ciudad; pero tendrían miedo de los caldeos por lo hecho por Ismael y deseaban huir a Egipto.  El pueblo acudió a Jeremías para conocer cuál sería la voluntad de Dios respecto a este remanente (42:1-3).  Dios prometió conservar a este remanente en la ciudad y que los cuidaría de Babilonia (vv. 10-12).  Les ofreció misericordia de quedarse en la ciudad; pero les advirtió que, si huían a Egipto, la destrucción que temían los alcanzaría (vv. 13-16).  Desafortunadamente, el pueblo no creyó a Dios, calificaron de mentiroso a Jeremías y huyeron a Egipto (Cap. 43).  Derivado de ello, Jeremías profetizó nuevamente al pueblo que huyó a Egipto; les recordó el castigo que les había acontecido por la idolatría a ídolos falsos.  Podemos ver el enojo de Dios a través de las palabras de Jeremías:  “Ahora, pues, así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: ¿Por qué hacéis tan grande mal contra vosotros mismos, para ser destruidos el hombre y la mujer, el muchacho y el niño de pecho de en medio de Judá, sin que os quede remanente alguno, haciéndome enojar con las obras de vuestras manos, ofreciendo incienso a dioses ajenos en la tierra de Egipto, adonde habéis entrado para vivir, de suerte que os acabéis, y seáis por maldición y por oprobio a todas las naciones de la tierra? ¿Os habéis olvidado de las maldades de vuestros padres, de las maldades de los reyes de Judá, de las maldades de sus mujeres, de vuestras maldades y de las maldades de vuestras mujeres, que hicieron en la tierra de Judá y en las calles de Jerusalén?” (44:7-9)  Finalmente, Dios volvería su rostro contra ellos, es decir, les vendría juicio; del lenguaje usado, parece referirse no al pecado cometido en el pasado, sino al que el pueblo estaba dispuesto a llevar a cabo en ese momento .  Lo impresionante, es la respuesta del pueblo:  “La palabra que nos has hablado en nombre de Jehová, no la oiremos de ti; sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo, derramándole libaciones, como hemos hecho nosotros y nuestros padres, nuestros reyes y nuestros príncipes, en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y tuvimos abundancia de pan, y estuvimos alegres, y no vimos mal alguno. Mas desde que dejamos de ofrecer incienso a la reina del cielo y de derramarle libaciones, nos falta todo, y a espada y de hambre somos consumidos. Y cuando ofrecimos incienso a la reina del cielo, y le derramamos libaciones, ¿acaso le hicimos nosotras tortas para tributarle culto, y le derramamos libaciones, sin consentimiento de nuestros maridos?” (44:16-19)  El pueblo prefirió a su ídolo, la reina del cielo  y justificaron su actuar porque así lo aprendieron de sus ancestros y de sus autoridades, así como a que era una práctica común y a que habían prosperado al hacerlo…  No atribuyeron la destrucción de sus ciudades a Dios, sino que lo atribuyeron a su falta de devoción a su diosa , a quien la consideró misericordiosa y desconoció el amor de Dios que les advirtió del mal que les acontecería…  Consecuencia de la idolatría  Dios se cansó del pecado del pueblo (44:22-23) y el pueblo mostraría que era digno del castigo de Dios.  El pueblo cumpliría sus votos de quemar incienso y derramar libaciones a la reina del cielo (v. 25).  Por ello, ya ningún judío predicaría Su palabra en Egipto (v. 26) y el pueblo sería consumido por guerra y por hambre (v. 27)… entregó al Faraón Hofra en manos de sus enemigos (v. 30) y aconteció que Egipto fue invadido por Babilonia entre los años 568-567 a.C. .  La paz que buscaron no la encontraron; encontraron la muerte, pues la población judía fue diezmada en el conflicto y no se registra el regreso de alguno de esta tierra (Esdras 2:1) .  Astoret o Asera de los cananeos es identificada con Isthar de los babilonios .  A ella “se [le] asocia con el planeta Venus y con la constelación de Virgo, y por eso se dice de ella, que es la diosa ‘eterna y siempre virgen’.”   En las representaciones de ella, aparece encima de la luna o del planeta Venus .  El mismo título que se da a Astoret, reina del cielo , es el que el catolicismo romano dan erróneamente a María; ello es muestra del sincretismo que se dio entre el cristianismo y el paganismo.      Hoy, muchos rinden su devoción a María por considerarla misericordiosa… lo mismo que hicieron los judíos.  Si no se arrepienten y acuden a Cristo como el Único camino al Padre (Juan 14:6), como el Único que puede salvar (Hechos 4:12) y el Único intercesor entre Dios y el hombre

Hoy, muchos rinden su devoción a María por considerarla misericordiosa… lo mismo que hicieron los judíos. Si no se arrepienten y acuden a Cristo como el Único camino al Padre (Juan 14:6), como el Único que puede salvar (Hechos 4:12) y el Único intercesor entre Dios y el hombre (1ª de Timoteo 2:5), el resultado será el mismo.





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[1] Comentario Bíblico de William MacDonald, Ed. Clie, Barcelona, 2004, p. 425.


[2] MacArthur, John, Biblia de Estudio MacArthur, Grupo Nelson, Tenesse, 1997, p. 965.


[3] New Bible Comentary, eds. Carson, D.A., France, R.T. , Motyer, J.A. y Wenham, G.J., Ed. IVP Academic e Inter-Varsity Press, Grove y Nottingham, 2010, p. 671. Biblia de Estudio LBLA, Ed. B&H Español, Tennessee, 2000, 998.


[4] New Bible Comentary, et. al., op. cit., p. 671.


[5] The Reformation Study Bible, ed. Sproul, R.C., Ed. Reformation Trust, Orlando, 2015, p. 1253.


[6] Las referencias a capítulos y versículos que no identifiquen el libro, corresponden al libro de Jeremías.


[7] New Bible Comentary, op. cit., p. 680.


[8] MacArthur, John, op. cit., p. 976.


[9] New Bible Comentary, op. cit., p. 680; The Reformation Study Bible, op. cit., p. 1273; Comentario Bíblico de Matthew Henry, Tr. Lacueva, Francisco, Ed. Clie, Barcelona, 1999, p. 828.


[10] New Bible Comentary, op. cit., p. 702.


[11] Inclusive, el texto demuestra que las mujeres habían tomado el liderazgo (v. 19) en la adoración; sin embargo, lo habían hecho con la aprobación de sus maridos (cfr. The Reformation Study Bible, op. cit., pp. 1336-1337).


[12] Ibidem. Véase también, Biblia de Estudio LBLA, op. cit., p. 1061.


[13] Biblia de Estudio de Apologética, Ed. Calzada, Leticia, et. al. Ed. Holman Bible Publishers, Tennessee, 2000, p. 1060; The Reformation Study Bible, op. cit., p. 1337.


[14] Biblia de Estudio de Apologética, op. cit., p. 1060.


[15] New Bible Comentary, op. cit., p. 703.; The Reformation Study Bible, op. cit., 1273; Biblia de Estudio LBLA, op. cit., p. 1011; Comentario Bíblico de Matthew Henry, op. cit., p. 875.


[16] “ISIS” DIOSA PAGANA EGIPCIA = VIRGEN MARIA en la ACTUALIDAD, consultado en http://www.unsurcoenlasombra.com/isis-diosa-pagana-egipcia-reina-del-cielo-virgen-maria-en-la-actualidad-275/ el día 12 de diciembre de 2018.


[17] Comentario Bíblico de Matthew Henry, op. cit., p. 828.


[18] Comentario Bíblico de William MacDonald, op. cit., p. 438.


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